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Jóvenes apureños sienten su futuro secuestrado en el país


VicVennoticias.- #4Jun La desesperanza y frustración embargan a muchos jóvenes apureños que se sienten atrapados y no ven un futuro promisorio en el corto y mediano plazo. La crisis del país y falta de oportunidades, aseguran los jóvenes, limitan su desarrollo personal, familiar y profesional.

Apure es el tercer estado más grande de Venezuela y potencialmente uno de los más ricos por sus inmensos recursos naturales. Sin embargo, figura entre los más pobres del país y por consiguiente uno de los que menos oportunidades para el desarrollo personal, intelectual y familiar, ofrece a su juventud.
Según la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi) de 2020, el 97 % de los apureños: 562.185 personas contrarias las 630.568 que proyecta el Instituto Nacional de Estadística (INE), vive en pobreza y según la Encovi el 69 %, vive en la línea de la pobreza extrema.
El INE proyecta que en el presente año, Apure cuenta con una población de 176.129 habitantes con edades entre 15 y 29 años, lo que representa el 27 % de su total general poblacional. Consultados por el equipo de Crónica.Uno, varios de estos jóvenes indicaron que en la actualidad sienten una carencia de oportunidades.
Los números divulgados por Encovi varían considerablemente respecto a los del organismo oficial. Las cifras del instituto ucabista sostienen que en lo que respecta al grupo de jóvenes con edad comprendida entre 15 a 24 años, el 99 % de ellos vive en pobreza extrema, del cual un 56 % no estudia ni tiene empleo fijo y el 16,4 % de mujeres entre 15 y 19 años de edad son madres adolescentes.
Las generaciones de relevo no están mejor, ya que el 100 % de los menores de 15 años de edad, que abarca el 37 % de la población total, está por debajo de la línea de pobreza y la tasa de mortalidad infantil es de 31 %.

Estos números indican que atrás quedó aquella imagen del joven apureño considerado en cualquier universidad del país como un “veguero con real”, llamado así por su procedencia rural, probablemente de padres con bajo nivel educativo, pero estables económicamente por ser ganaderos y agricultores. El 36,3 % de jóvenes entre 15 y 24 años asiste, según la Encovi, a un centro educativo, lo cual indica que más de un 60 % no lo hace. También, un 64 % entre 20 y 24 años tiene secundaria completa, lo que sugiere que el 36 % restante, no ha completado su secundaria. Cambio de aulas por mostradores

Doriana Medina, Patricia Pérez, Andrea Alfonso y Edra Lomelli son cuatro jóvenes apureñas a las que la vorágine económica, que no solo atraviesa Apure sino todo el país, les cambió hasta la manera de divertirse. Patricia dejó sus estudios para buscar mejores oportunidades fuera del país y es la que paga el café a sus amigas.

Encontrar un joven recién llegado de Apure en las diversas universidades de los Andes, occidente y centro del país es como ver, salvando las distancias, una especie en extinción. Esas regiones ya no figuran como principal destino educativo para los muchachos apureños, la crisis que se vive en la entidad y la COVID-19 han contribuido a ello. En las escasas universidades de Apure tampoco es común ver muchachos en sus pasillos. La mayoría cambió las aulas y clases virtuales por las calles o locales comerciales donde se desempeñan como vendedores, repartidores, cajeros, acomodadores, limpiadores o migrantes. Andrea también dejó los estudios para trabajar; Doriana se graduó y trabaja; Edra trabaja y estudia. Todas se esfuerzan mucho, pero ganan muy poco.
Tiene planes de fundar una familia y sostenerla sin estrecheces económicas mediante el ejercicio independiente de su carrera.
Ahora nos tomamos un café de vez en cuando para no perder la costumbre y a veces andamos tan limpias que Patricia nos gira dinero y nos paga el café, claro, también es una manera de ella sentir que está reunida con nosotras. Antes, hacíamos una vaca y armábamos el parrandón en casa de Edra, ahora nos reunimos todos los días, pero por WhatsApp”, relata Doriana. Humberto Briceño es un periodista de 25 años a quien las escasas oportunidades de trabajo, por la ausencia de medios de comunicación en Apure, no le dejaron otra alternativa que convertirse en despachador en una empresa de encomiendas. “Quiero creer que el futuro de Venezuela será mejor, toda vez que no puede ser peor de lo que ya hemos vivido, pero el futuro de la juventud en el país es triste, somos las víctimas de una generación previa que tomó muchas malas decisiones en la conducción de este país”, dice. Me gustaría vivir y comer las mieles de mi trabajo y disfrutarlas en Venezuela, pero no sé cómo será el futuro. Vivimos de la inmediatez, ni siquiera sé si estaré en este país”, dice Briceño.
Entre la frustración y la esperanza

Yo perdí una cosecha de frijol que no pude sacar de Isla Elba por falta de gasolina. Tampoco puedo pescar río adentro donde está el pescado, por el mismo problema. Me tocó quitarle el motor a la canoa y comenzar a trabajar de canoero llevando pasajeros de San Fernando para Isla Elba y a canalete (remo), porque tampoco hay gasolina para el fuera de borda”, dice desesperanzado.

Samuel Medina es el segundo de tres hijos de padres profesionales, forma parte de esa población que si bien es pobre, los pocos ingresos que se perciben en su hogar al menos les permiten comer. El estudiante de la UCAB, con sus 19 años de edad, tiene sentimientos encontrados. Gracias a su rendimiento académico fue exonerado de su pago y considera eso como una bendición, pero se siente frustrado porque a pesar de sus esfuerzos como estudiante, no puede aportar a la precaria economía familiar. “Venezuela va para atrás. Yo quiero ayudar a mi país, pero no tengo idea de cómo; también pienso en irme, pero tampoco puedo salir porque no tengo dinero y no quiero dejar mi carrera a medias. Me siento atrapado, no veo esperanzas. Por ahora, estoy buscando opciones online, a ver qué consigo”, dice. La agricultura, ganadería y pesca, labores características de Apure, tampoco constituyen una posibilidad para Yhonatan Castillo de 24 años de edad, transportista fluvial. Luchar por los sueños

A Manuel Hernández de 22 años, quien desde los 16 años no pudo ir a la universidad porque trabaja, también lo embarga la desesperanza. Le gusta el cine, es un autodidacta de este arte y ha producido cuatro cortometrajes. Su cuerpo y su atuendo hablan de su batalla diaria con la sobrevivencia, pero es entusiasta. Actualmente dirige y actúa en dos de esas cuatro producciones que planificó. Los escasos recursos que gana en el mercado municipal de San Fernando de Apure vendiendo panquecas, las impresiones de guiones que intercambia por trabajo gratis en una papelería y los préstamos de equipos de grabación son los recursos con los que cuenta para llevar la comida a su casa. Mientras Dios me lo permita voy a seguir haciendo esto y aquí en mi pueblo, no es fácil, pero es lo que me gusta. He visto como se ha perdido muchísimo talento, muchos de mis amigos que son excelentes actores se fueron del país para hacer otras cosas y no les ha ido muy bien”, comentó.

Fuente: CrónicaUno


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